jueves, 19 de octubre de 2017

Nombres

Finalmente, la crónica de estos hechos no quedó interrumpida "por unas semanas", como supuse, sino indefinidamente. Mejor dejar que se vayan diluyendo los recuerdos, en vez de reforzar su permanencia en la memoria cristalizándolos en palabras que (¿casi?) nadie lee.
La taquicardia sigue dispárandose cuando un auto estaciona como viene, sin tener que maniobrar, junto a la vereda donde camino. Anoche me pasó otra vez. Pero lo que me hace volver a escribir no es eso, sino darme cuenta de que no tengo el nombre de ninguna de las personas que se cruzaron en mi camino a raíz de lo que me sucedió aquella aciaga tarde de hace cuatro años y medio.
No sé el nombre de mis agresores, y aunque procuré tomar nota de la patente del auto en que se desplazaban, el dato no sirvió de nada.
No sé el nombre del médico peruano que se olvidó de mí en la guardia del hospital Ramos Mejía y que, cuando fui a buscarlo, cansado de esperar, para mostrarle las radiografías, me despachó rápidamente, sin decirme que no se veían claramente (esto me lo dijo la médica legista cuando fui a hacer ese trámite).
No sé el nombre del radiólogo del hospital Ramos Mejía, que sacó mal la placa y que no tuvo la autocrítica necesaria para hacerla de nuevo.
No sé el nombre del policía que me forreó amablemente en la comisaría 10ª diciendo que era yo quien tenía que ir a fijarse si había cámaras de seguridad en la esquina del ataque, cuando ese dato a) se puede consultar en internet; b) obviamente la policía debería saberlo.
No sé los nombres de los operadores que monitorean las imágenes de las cámaras y que no vieron ni la golpiza ni a la víctima, tirada en la calle por cerca de diez minutos.
No sé el nombre del médico de mierda del hospital Ramos Mejía que me echó a gritos de la guardia, después de dos horas de espera, recriminándome que consultara por el persistente dolor en las costillas "un domingo a la tarde".
No sé el nombre de la joven empleada de ojos claros que me atendió en la fiscalía cuando fui tras recibir la notificación de que, dos meses después de realizada, habían archivado mi denuncia. Los ojos claros llamaban la atención de sus compañeros veteranos que salieron del lugar detrás de mí hablando de toda ella y en especial de ellos (de los ojos). Pero lo que a mí me llamó la atención fue su respuesta cuando le conté mi historia: se acercó al escritorio de otro empleado, habló un rato con él y al volver me dijo que "no se observa imagen alguna" en la cámara de seguridad que está frente al lugar de la golpiza. Procesé como pude la sorpresa y apenas pude preguntarle si no se veía el hecho o si no se veía nada. Ella, como una autómata, repitió su mantra de cinco palabras: "No se observa imagen alguna".
Tampoco sé el nombre de quien me respondió, en un diálogo de sordos, los mails qie publicaré en el próximo post desde la cuenta de la Oficina de Asistencia a la Víctima y al Testigo, diciéndome que fuera a la fiscalía a hacer un trámite cuando yo ¡ya había ido a la fiscalía a hacer ese trámite! Y fui en vano porque... "no se observa imagen alguna". Tan vana fue mi concurrencia como la solicitud de que revieran la decisión de archivar mi denuncia, que, a instancias de la enpleada de ojos claros, hice esa misma tarde.
Y no sólo no sé el nombre de quien tomó alguna decisión respecto de este último pedido. Tampoco sé cuál fue esa decisión. Doy por sentado que mi pedido fue desestimado, que mi denuncia siguió archivada, pero nadie me lo comunicó.
Así, los únicos nombres que conozco aparecen en un papel, que me hicieron llegar a través de la policía, en el cual la fiscalía me informaba de que el caso estaba provisoriamente archivado y me decían que concurriera para hacer los trámites mencionados en los tres párrafos anteriores. Se trata del fiscal, Aníbal Brunet, y de la prosecretaria coadyuvante, Mirta Carrizo.

Desde aquí, mi profundo desprecio a todos ellos.

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